sábado, 12 de marzo de 2016

DISONANCIA COGNITIVA






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Hay un punto en donde comulgo en gran parte con lo que Dormidano en este post vuelca, ventila, la acción del grupo visible que como Gunga Din, y sin pruritos ni vergüenza ni el mas mínimo escrúpulo se encargan de las tareas sucias a favor del Imperio.
Pero no sería posible el desarrollo de esa perversidad si todo el conjunto social no estuviera atravesado por la constante de la incertidumbre y el miedo (miedo a la pobreza, a la caída social, a la integridad física, a no alcanzar el máximo de la escala socioeconómica, etc) situaciones que producen un estado social de tierra fértil de obturación de pensamiento y emoción conocida como Disonancia Cognitiva.

Imaginate la escena: caminás por mitad de la jungla, una jungla espesa, en la que la vegetación apenas te deja andar. Caminás aferrado a tu fusil, dirigiendo tu mirada a todas partes, empapado en sudor y muerto de miedo. Como ya llevás algún tiempo moviéndote por la selva, los ruidos de los animales y las hojas al moverse ya no te asustan como antes; ahora lo que te asusta es la falta de ruido, porque sabes que una calma excesiva puede indicar que vos y tus compañeros hayan caído en una encerrona y que el enemigo los esté esperando. Puede que los tengan rodeados y vayan a ser blanco de una lluvia de fuego y muerte de un momento a otro… Ayudado por Hollywood, que siempre describe este tipo de cosas más o menos así, esta es la manera en que yo imagino el instante previo a que el grupo de reconocimiento que dirigía Jerry “Mad Dog” Shriver se diese cuenta de que habían caído en una trampa.
Corría 1966 y se encontraban en mitad de la selva de Camboya cuando empezaron a escuchar los disparos que desde todos los lados les llegaban por parte del ejército vietnamita, en una de cuyas emboscadas habían caído. Si ya tiene que ser una situación complicada estar en el medio de la jungla luchando por tu vida no quiero ni pensar en la cara que pondrían los hombres a los que dirigía el tal “Mad Dog” cuando este se puso en contacto por radio con sus superiores y, ante el comentario por parte de aquellos de que la situación tenía “mala pinta” él respondió, con toda la calma del mundo y entre ráfagas de ametralladora, una frase que le hizo entrar en la historia: “No. Los tengo exactamente donde quiero: ¡rodeados desde dentro!”.
Si rebuscás un poco en la vida de este marine yanqui-que parece ser que inspiró el personaje del mismísimo John Rambo- no parece el típico loco suicida: en ese momento probablemente quería sobrevivir, y posiblemente en ese instante creía de verdad lo que estaba diciendo, creía que tenía “rodeados desde dentro” a sus enemigos, por ridículo que nos pueda parecer a nosotros y a los que con él eran víctimas de una lluvia de muerte. Posiblemente el señor “Perro Loco” necesitaba creer que tenía a sus enemigos a su merced para no perder la cabeza (o eso, o ya estaba como un chivo, tampoco hay que descartar totalmente esa opción).
Y es que, creernos cosas ridículas y engañarnos a nosotros mismos está intrínsecamente ligado al comportamiento humano, y alguna de sus facetas incluso tiene un nombre: disonancia cognitiva.
Cuando en 1957 el concepto fue formulado por primera vez por el psicólogo estadounidense Leon Festinger en su obra “A theory of cognitive disonance” supuso una auténtica revolución; el concepto de disonancia cognitiva hace referencia a la tensión que suele acosar a las personas cuando dos pensamientos o dos sistemas de ideas, o una creencia y un comportamiento entran en conflicto. Así, a través de unos interesantes y curiosos experimentos Festinger desarrolló una teoría que plantea que, para poder vivir ante la incongruencia de dos pensamientos que se contradicen, la persona se ve automáticamente motivada para generar un nuevo sistema de creencias que le permita justificar sus acciones, para reducir de este modo la tensión y que el conjunto de sus ideas y sus acciones no entren en claro conflicto unas con otras, dotando así a su comportamiento de cierta coherencia interna.
Los comportamientos se dan dentro de una dinámica en donde nadie deja de participar, bailando música sorda pero marcando el paso no nos vemos dirigidos, digeridos, chupados en un toma y daca  sin elección, salvo que un cansancio personal y precoz  ayude a la parte maravillosa de la marginación: parar para ver donde estás parado.
El Libro de Festinger tiene traducción española publicada durante los años 70 por el Instituto de Estudios Políticos.
Probablemente esté agotado pero es localizable a través de Iberlibro.
Además del estudio de la Disonancia Cognoscitiva es interesante el prólogo del propio Simón Festinger donde explica la generosa dotación económica de una conocida fundación (La Ford, si no recuerdo mal) muy interesada en entender cómo se diseminaban la información y los rumores en los circuitos informales sociales así como la credibilidad que se les otorgaba.
Está bien documentado que durante los años 50 y 60 algunas de aquellas grandes fundaciones sirvieron de tapadera para los intereses y fondos de agencias de Inteligencia interesadas en estos temas de la comunicación.
No quiero otorgar a esto ningún carácter maligno sino recordar que es un fenómeno constante para actuar sobre la sociedad desde el Poder.
Esta actuación es intensa, multidisciplinar, orientada a medio y largo plazo, carísima, exige mucho talento y enorme dedicación.
Cualquier conjunto de ciudadanos deseoso de actuar o de defenderse socialmente fuera de las estructuras creadas por el poder (Partidos, Medios, Instituciones, etc) debe estar preparado para organizarse informalmente y con gran determinación porque nunca tendrá recursos comparables.
Mas arriba digo que comulgo en gran parte con Dormi, pero si me permiten la licencia, su visión me cierra con el ambiente al hecho, el escenario de los actores, el escenario que venimos amasando con sangre, tierra, fuego y pensamiento, con una inercia de infinitos deseos corporizados en desgracias. Miles de millones de pobres y unos pocos cientos de multimillonarios apalancados por otros tantos capangas, todos, pero todos, nosotros y ellos, inmersos en la indignidad. ¿Que pelotudos, no?



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